Sinopsis

Kat tiene una vida normal. Solo una cosa no cuadra en ella: su nuevo vecino, Ethan Mckenzie.
Luego del accidente con su hermana Liz, todo apunta hacia Ethan. Él guarda un enorme secreto y ella esta dispuesta a descubrirlo.
Aunque eso implique un gran riesgo...
Las playas de Australia, con su interminable sol y sus codiciadas olas, serán testigos de la mayor aventura que pueden vivir dos jovenes con un romance peligroso.

domingo, 6 de enero de 2013

Capitulo Dos: Quinta parte.



A media tarde, Brianna me dejó en la biblioteca pública de Airlie Beach. No quedamos en nada para el día siguiente, porque ella iba a estar en el estudio de ballet hasta tarde, los fines de semana se encargaba de mejorar sus rutinas en una academia privada de Proserpine.
El edificio no era muy viejo, es más, su estructura era muy moderna. Era cuadrado y amarillo pastel (parecido al color de la casa de Ethan), en la parte superior tenía muchos ventanales con vidrios espejados y en la planta baja, había una puerta giratoria con más espejos. Bien moderno y lujoso. No hacía mucho tiempo desde que lo habían construido y la mayoría del material de investigación era nuevo, al igual que la sala de informática.
Entré y saludé a la recepcionista, Kate Coleman, una mujer de unos cincuenta años, a punto de jubilarse, con el cabello largo y canoso, ojos profundos y verdes, y un poco de sobrepeso. Desde mi comienzo con los problemas en el instituto, la saludaba todos los fines de semana.
Me dirigí directamente a la zona de literatura. Busqué el libro que necesitaba y lo llevé conmigo hasta la sala de informática para comenzar mi reporte. Saqué del bolso un pequeño cuaderno con algunas anotaciones importantes y me senté en una de las computadoras que estaban prendidas.
A mi izquierda, había dos computadoras más que estaban apagadas, y a unos tres metros, una chica pelirroja con un montón de libros junto a su máquina. Fácilmente se podía distinguir que necesitaba muchas más notas que yo.
En el otro extremo, un chico rubio con el pelo súper despeinado estaba intentando que la fotocopiadora funcionara, y junto a él, otra chica rubia lo ayudaba a lograrlo.
En menos de media hora, ya tenía casi diez hojas escritas. La tarea no era muy complicada, y yo ya había leído el libro. En teoría, la chica pelirroja se iba a desvelar mucho más que yo.
No tenía mucha más idea de que escribir, pero la profesora me pedía mi propia opinión. Tenía que pensar que le iba a decir, había que hablar de una forma madura y fingiendo que estábamos en la Europa Medieval. Todos éramos reyes, reinas o miembros de la corte en algún sentido.
No tenía la menor idea de que hacer, jamás había hablado de esa forma, y a los dieciséis años, no era normal usar aquel vocabulario.
Estaba aburrida y sin inspiración. Nunca me daban ataques de escritura en aquella biblioteca.
Me levanté y dejé mis cosas en el escritorio. Procuré agarrar mi teléfono, que era lo único con valor que llevaba conmigo, aunque en realidad no sospechaba que alguna de aquellas personas sintiera curiosidad acerca del reporte que estaba abierto en la pantalla.
Bajé las escaleras y sentí el ruido de unas monedas en el bolsillo de mi pantalón. La parte inferior de la biblioteca estaba casi vacía, solo podía ver a Kate hablando por teléfono con una de sus amigas. Junto a ella había una maquina de café instantáneo y como yo era una fanática del café, decidí gastarme mis últimas monedas en algo que me gustara.
Apreté el botón en la opción: expreso fuerte.
Me gustaba sentir el olor del café cayendo hacia el vaso de polietileno. Adoraba el calor y el sabor del café bien fuerte, ese que te mantenía despierto por horas y horas. En varias ocasiones, Brianna y yo habíamos compartido charlas importantes acerca de mi supuesta adicción a la cafeína.
Regresé a mi puesto con el vaso en las manos, contenta de estar un poco más inspirada en el informe. Antes de comenzar a teclear en la computadora, eché un vistazo a la calle, seguramente el día seguía igual de hermoso que al mediodía.
No podía creer lo que veía, el corazón se me aceleró un poco. Era demasiada coincidencia. El Jeep CHEROEE rojo que había visto en el estacionamiento de Sorrento y en la playa, estaba estacionado junto a la biblioteca. Los vidrios no eran completamente oscuros, pero no llegaba a distinguir quién estaba dentro. Apenas se veía una sombra masculina… supongo.
Me apresuré en escribir mi opinión personal acerca del libro. No estaba segura de cómo había quedado, pero debía irme de esa biblioteca lo antes posible. Estaba segura que aquella persona me seguía, era imposible  que tuviera el mismo itinerario un sábado.
No sé si era por causa de la paranoia, pero estaba algo nerviosa. Tal vez era el café.
Rápidamente, imprimí el informe, pero tuve que esperar que la maldita máquina quisiera andar. Guardé las hojas en una carpeta rosa que estaba en mi bolso y me encaminé a la salida. Noté que la chica pelirroja y los otros dos rubios, ya no estaban en la habitación. Tenía que llamar a mi mamá para que me buscara, no iba a dejar que me fuera caminando, era seguro.
Marqué su número y me paré junto al escritorio de Kate, no pensaba quedarme a solas en algún lado con alguien “asechándome”.
  -Querida, iré a comprar unos caramelos a la esquina.
¿Acaso era una especie de broma? Yo estaba casi temblando de miedo porque alguien me estaba siguiendo y a Kate justo se le ocurría salir a comprar golosinas.
Decidí conservar la calma y seguir con el plan de llamar a mamá. Sé que es algo exagerado, aún no estaba de noche y Airlie Beach no era muy peligroso, pero yo sabía que ese jeep me estaba siguiendo. Fue uno de esos momentos en los cuales no sé cómo o por qué, pero el supuesto sexto sentido de las mujeres, se pone alerta y es imposible de ignorar.
  -Kat, cariño, no puedo buscarte. Estoy en la fila del supermercado, esto es un lío… vuelve caminando que no pasará nada. Te amo.
No podía creerlo, mamá me había colgado. Eso no estaba pasando. Yo estaba sobreactuando. “Maldito café”.
Tranquilamente, esperé que Kate regresara  de la tienda de la esquina, lo cual no tardó en suceder. Me despedí y aunque no quería hacerlo, tuve que dejarla y salir al exterior.
Abrí  la puerta principal y sentí el sol del atardecer en mi rostro. Observé el Jeep rojo por unos minutos, quieta y bien parada en mi lugar. No sé si habré sido muy obvia, pero en unos pocos segundos, se puso en marcha y se largó.
Me relajé al verlo doblar a unas cuantas cuadras. Ya no me estaba siguiendo. O eso creía yo. Caminé por la playa, intentando pasar por lugares con gente, no era de esas tontas que en las películas de terror se meten en un callejón a investigar. Yo no pensaba terminar muerta en un basurero y que me identificaran por mi registro dental.
No sabía por qué, pero esa sensación de ser perseguida no se fue en todo el camino a casa. Recién a las pocas cuadras de mi hogar me tranquilicé. Aquello era totalmente improbable, yo estaba volviéndome loca. Tenía que dejar de tomar el café barato de la biblioteca, por mucho que me gustara.
Llegué a casa y encontré la camioneta de papá en la entrada del garaje. Al fin veía a alguien conocido, definitivamente iba a dejar de pensar en todo aquello.
Abrí mi bolso y comencé la eterna búsqueda de la llave de casa en el interior de un nido de ratas. Cuando la alcancé, se cayó al suelo. Me agaché, la tome con las manos y al levantar la vista, encontré el Jeep CHEROKEE rojo estacionado. Sin duda era el mismo. Estaba en la entrada de la casa de Ethan Mackenzie. Él me había estado siguiendo.
“Esto no puede estar pasando… MALDITO CAFÉ”.

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